Por : Gilberto LAVENANT
Los candidatos a puestos de elección popular, cuando andan en campaña, prometen hasta lo que no es factible que puedan hacer. En especial los candidatos a la gubernatura estatal. Pareciera que aspiraran a una monarquía o a un virreinato.
Olvidan, que en el sistema político mexicano, tratándose de una democracia, existe división de poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Que el Gobernador, solamente ostenta y representa uno de esos tres poderes, el ejecutivo. Visto de otra manera, en el ámbito religioso, es común la expresión : “uno propone y Dios dispone”. En el ámbito político, cabe la expresión : “el ejecutivo propone, el legislativo dispone”.
Es importante observar esto, pues en campaña, el ahora Gobernador electo, Francisco Vega de la Madrid, dijo que la legislatura de Baja California es la más cara del país, y casi dió por hecho que, de triunfar en los comicios, reduciría en 400 millones de pesos el presupuesto de los diputados.
Incluso, los empezó a repartir. Dijo que 50 millones de pesos, los destinaría al deporte, 100 millones, para guarderías y becas para madres trabajadoras, así como otro tanto para apoyar a agricultores, así como pequeñas y medianas empresas. Parecía tan sencillo. Evidentemente, nadie le observó a Kiko, que aspiraba a la gubernatura, no a una monarquía. Que si bien es cierto el Ejecutivo recauda y administra los ingresos, corresponde a los legisladores aprobar y elevar al carácter de leyes, la que regula los ingresos, así como el presupuesto de egresos, anualmente.
En el sistema político mexicano, cuando el gobernador en turno -incluso el Presidente de la República- tiene una legislatura compuesta en su mayoría por legisladores de su partido, sus deseos son órdenes. Lo que propone, se aprueba o autoriza. Ahí sí, lo que promete, se cumple.
Sin embargo, cuando no cuenta con esa mayoría, casi seguro que prácticamente nada de lo que proponga, será aprobado en la legislatura. O al menos no en la medida o con el alcance propuesto.
Lo vivió el actual gobernador panista, José Guadalupe Osuna Millán. En la primera mitad de su gestión, los legisladores de su partido, eran mayoría en el Congreso del Estado. Era casi un rey. Los legisladores de partidos de oposición, simplemente hacían rabietas, pero no podían frenar las propuestas del Ejecutivo.
En la segunda mitad de su gestión, Osuna Millán tuvo que lidiar con la mayoría priísta de la legislatura. Le costó trabajo entenderlo, asimilarlo. Pues más o menos eso le pasará a Kiko Vega. El PAN ganó la gubernatura, pero no logró tener mayoría en la legislatura. El PAN y sus aliados tendrán 12 diputados, el PRI y sus aliados 11 y los 2 restantes serán del Partido Movimiento Ciudadano.
Si los panistas logran “conquistar” a los dos diputados del MC, tendrán 14 votos, que son más que los 11 de los priístas. A eso se le llama mayoría simple, y con esa les basta para aprobar propuestas ordinarias, pero para aquellas que impliquen reformas a la Constitución, requieren de 17 votos, o sea mayoría calificada.
Sin embargo, si los priístas y sus aliados logran que los dos legisladores del MC se sume a su grupo, Kiko, siendo Gobernador, requerirá pedir de favor a los legisladores que le aprueben lo que proponga.
En tales condiciones, una de las primeras promesas que Vega de la Madrid no podrá cumplir, será la de reducir en 400 millones de pesos el presupuesto del Congreso del Estado. Lo podrá proponer, pero no ordenar. Ni tontos que fueran los legisladores para reducirse sus recursos.
Pero incluso el resto de las promesas de campaña, Kiko tendrá que plantearlas con tacto y negociar con las fracciones legislativas, para lograr consensos que lleven a la aprobación de lo que proponga. Nada de caprichos o imposiciones.
Que se fije en el espejo del Presidente Enrique Peña Nieto. Al no tener mayoría legislativa, tuvo que “inventar” el Pacto por México. El PRI recuperó enorme terreno en las elecciones presidenciales del 2012, pero no lo suficiente para sacar adelante las propuestas peñanietistas.
Y en principio, eso le ha dado resultados. Ya logró que se aprobaran varias reformas estructurales, al contar –a regañadientas- con los votos de panistas y perredistas. No fue nada fácil. Ni lo será. Para empezar, los priístas tuvieron que guardar su soberbia y soportar reclamos y chantajes.
Con el Pacto por México, Peña Nieto está logrando sacar adelante su proyecto, pero irónicamente resucitó al PAN y al PRD, que luego de los comicios del 2012, prácticamente ya estaban muertos. Al menos el PAN, Calderón dijo que había quedado reducido a escombros, y era necesario reconstruirlo, piedra sobre piedra.
En el caso del PRD, un partido formado de “retazos” –les llaman tribus- el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, le dió una proyección ficticia. El cúmulo de votos que logró, fueron de su candidato. Sin AMLO, el PRD era menos que nada.
Gracias al Pacto por México, PAN y PRD, volvieron a ser partidos. Hasta se dieron el lujo de obligar al PRI y a Peña Nieto, que no les regatearan el triunfo electoral de Baja California, que lograron a base de infinidad de triquiñuelas. Ahora, ostentando la gubernatura de esta entidad, priístas y aliados les podrían dar “una sopa de su mismo chocolate”. A menos que inventen un Pacto local. El que quiera azul celeste, que le cueste.
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