Por : Gilberto LAVENANT
Aunque la Constitución Política de
México, señala claramente, en el Artículo 12, que : “En los Estados Unidos
Mexicanos no se concederán títulos de nobleza, ni prerrogativas y honores
hereditarios, ni se dará efecto alguno a los otorgados por cualquier otro país”,
o sea que en territorio mexicano, todos somos iguales, le verdad es que las
clases sociales están sumamente marcadas.
Hasta no hace mucho, en nuestro
país, había 3 clases sociales. La clase baja, los pobres, los trabajadores, los
campesinos, las amas de casa; la clase media, que eran los trabajadores de
primer nivel en las empresas, o sea los gerentes y empleados de confianza, y la
clase alta, o sea los empresarios o profesionistas con solvencia económica.
Se les distinguía claramente, por
los centros de reunión o diversión a los que asistían. Las escuelas –los riquillos
les llaman colegios- a las que envían a sus hijos –hay pobres que ni a la
escuela van- y los sitios o bares a los que acudían a reunirse con amigos o a
hacer negocios; los puntos en los que vacacionaban o las tiendas en que hacían sus
compras.
Después, todo se volvió un
desorden. Las crisis económicas alteraron las clases sociales, pues los
clasemedieros prácticamente desaparecieron, se ensancho o creció el grupo de
los pobres, aunque muchos de ellos están casi en riesgo de extinción y en la
clase alta se formó una mezcolanza.
Esto último es cierto. Muchos
ricos, descendieron un poco de nivel, cuando sus negocios se fueron a la
quiebra o redujeron drásticamente sus operaciones. Y arribaron nuevos riquillos,
que ni empresarios eran. Los políticos corruptos y los miembros del crímen
organizado.
Los políticos corruptos, era
fácil identificarlos –y aún lo es- porque, al no haber realizado demasiado
esfuerzo para enriquecerse, hasta la exageración, se les notaba el cambio y
eran ostentosos, derrochadores, presumidos, mujeriegos. Además, ni empresa
tenían.
En cuanto a quienes se dedicaban
a actividades ilícitas, también era fácil conocerlos, por su vestimenta
vaquera, sus camionetotas, sus ejércitos de guaruras, sus tejanas de lujo, sus
botas piteadas y cinturones anchos.
El problema es que, estos
últimos, como lograban acumular riqueza, pues tenían dinero para competir en
gustos y extravagancias con los comerciantes e industriales, y entonces se dió la
mezcolanza, cuando los hijos de ambos grupos, coincidieron en los mismos
colegios. Aún se recuerda en Tijuana, los casos de los llamados “narcojuniors”.
Otros razgos, que caracterizaban
a esta nueva clase social alta, no fueron precisamente por su alto nivel
cultural. Muchos jóvenes, de esas familias riquillas, ni siquiera cursaban
estudios superiores, pero eran arrogantes, prepotentes, ostentosos,
perdonavidas. Por doquier protagonizaban escándalos, y la policía ni movía un
dedo para detenerlos, o al menos frenarlos.
Hoy en día, los desplantes de
grandeza de los “juniors”, siguen siendo la “comidilla del día”. Se sienten
príncipes o princesas y en donde se paran, reclaman atenciones especiales. Se
sienten descendientes de la realeza y les resulta difícil relacionarse o
convivir con la “prole”.
Peor aún, es el caso de los hijos
o hijas de los políticos. La riqueza económica y el poder político, producen un
coctel explosivo y se convierten en un peligro social. Quizás antes, se
manejaban como casos aislados. El surgimiento de las redes sociales y los
adelantos tecnológicos que dotaron de teléfonos móviles, hasta a los simples
ciudadanos, con aditamentos para tomar
videos o fotos, hizo que “saltaran” a la fama pública.
Así fue, como se llegaron a
conocer casos de arbitrariedades, prepotencia y barbarie, generalmente protagonizados
por mujeres, artistas, políticas o hijas de políticos o empresarios. Gravísimo
error cometieron aquellos que les dieron trato de simples mortales.
Sarcásticamente, se les llegó a identificar
como “ladies” y sus “hazañas” circularon en las redes, expuestas a la feroz
crítica de los cibernautas, en su mayoría anónimos, que descargaban su ira
contra las “damas” o “caballeros”.
De los casos más sonados, el de
las “ladies de Polanco”. En agosto de 2011, una incipiente artista, identificada
como Azalia “La Negra”, luego de haber participado en un “reality show”, conocido como “Big Brother”, se popularizó, al
ser videograbada, cuando, junto con otra amiga, pusieron “como lazo de cochino”
a unos policías, que las detuvieron por supuestas irregularidades en los
documentos del vehículo en que viajaban.
Otro caso, fue el de la “Lady
Profeco”, una jóven, hija del entonces procurador federal del Consumidor, Humberto
Benitez Treviño, que ordenó clausurar un restaurant, porque no le asignaron
mesa al momento en que arribó al lugar. Su padre tuvo que dejar la chamba, por la
exhibida que le dió.
Pero los bajacalifornianos no se
deben sentir menos. Todo indica que ya tienen su “lady”. Aún nadie se pone de
acuerdo en su denominación, que podría ser “Lady Cecut”. Se trata de la hija
del Gobernador Kiko Vega, Zarema Vega Labastida, que, según lo publicado el día
de ayer por la periodista Dora Elena Cortés Juárez, en su columna AFN Político,
“armó un pancho” y fastidió a la esposa del destacado rockero tijuanense Javier
Batiz, al grado de que, dicen, ésta le tuvo que dar una cachetada, para bajarla
de su pedestal.
Cuentan, que en respuesta a tal “agravio”,
la “princesa” pidió a papi Gobernador, que diera instrucciones al director del
CECUT, para que Batiz no se vuelva a presentar en ese sitio. Claro, Kiko lo
niega, y su aparato de medios está tratando de desvirtuar los hechos.
Argumentan que sí estuvo ahí, que hubo un incidente, pero que ella no participó.
Cierto o falso, en lo sucesivo se le conocerá como la “Lady Cecut”. Sólo falta
se emita un decreto, para prohibir a la prole, que la vea y que agache la cabeza a su paso. Ufff.
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