Ciudad de México • Fue un mediodía de alivio para todos ellos. Un mediodía en el que, luego de 12 años, terminó la sobriedad. Un domingo que puso fin a dos sexenios de padecer síndrome de abstinencia. Un día que acabó con tanto tiempo de no beber ese adictivo vino que surge de las barricas del poder presidencial, cuando éste es ejercido por uno de los suyos.
Las llamadas fuerzas vivas de la CTM, que abarrotaban por cientos las butacas del auditorio Fernando Amilpa Rivera, coreaban con todas las fuerzas de sus pulmones y gargantas:
“¡Oro-oro-oro, Joaquín, eres-un-tesoro!”
Apapachaban a su octogenario líder (cumplirá 86 en abril), Joaquín Gamboa Pascoe, que, como secretario general de la CTM, conducía la 134 asamblea de la central obrera, ésa que tampoco es muy joven: los trabajadores festejaban su 77 aniversario. Y Gamboa Pascoe, al que le gritaban “tesoro” los cetemistas, efectivamente ofrecería varias joyas discursivas una vez que, de acuerdo con los usos y costumbres de la casa, todo lo que se pusiera a votación fuera aprobado a mano alzada y sin objeción alguna. Pero en ese momento lo adoraban por otra razón.
Los líderes sindicales ahí reunidos, representantes de más de 4 millones de trabajadores, poseedores de más de 80 por ciento de los contratos colectivos que existen en el país, priistas de hueso coloradísimo, estaban eufóricos porque, poco antes del mediodía, terminarían 144 meses sin sentir el poder presidencial como propio. Doce años habían tenido que pasar para que un presidente de la República emanado del PRI, y por ende cetemista, volviera a pisar la sede de la confederación obrera.
Así que, a las 11:53 horas, cuando Enrique Peña Nieto (“el primer cetemista de la nación”, recordaba los antiguos protocolos de etiqueta uno de los líderes) ingresó por uno de los pasillos centrales de la central obrera, la algarabía estalló:
“¡Enrique, papucho, Nuevo León te quiere mucho!” —se soltó el coro de los cetemistas de ese estado. La fiesta. Todos de pie. Todos gritando. Todos con miradas alegres, con sonrisas imborrables. Carcajadas priistas. Doce años de gargantas contenidas que al fin se liberaban:
“¡Enrique, amigo, la CTM está contigo!” —le gritaban.
“¡Enrique, presidente, Enrique, presidente!” —se derretían a punta de consignas.
Eran tales las muestras de cariño de viejos y jóvenes cetemistas mientras el Presidente avanzaba por un pasillo, eran tantas las manos que querían tocar de nuevo a un presidente mexicano emanado del PRI, eran tantos los apretujones luego de dos sexenios de orfandad en Los Pinos, que cuando al fin Peña Nieto llegó al estrado tuvo que pedir un pañuelo a un custodio del Estado Mayor Presidencial, para limpiarse el sudor que le perlaba copiosamente el rostro producto de tanta devoción.
Gamboa Pascoe tomaba la palabra. No había una foto gigantesca del Presidente como se estilaba antaño, solo una pintura de unos tres metros de alto del dirigente, pero sí grandes loas al mandatario, a quien en un inicio el líder cetemista bautizaba como “el presidente De la Peña”. Enseguida el hombre improvisaba su discurso y hacia un repaso por los tiempos electorales: hablaba de “la limpieza y de la lealtad” de la CTM hacia Peña Nieto cuando éste fue precandidato y luego candidato. Y avizoraba el devenir en Palacio Nacional: “Hemos de seguir con usted, con lealtad y efectividad en todo su mandato, señor”.
El señor presidente del PRI estaba de vuelta en la CTM, ésa que, decía Gamboa Pascoe, siempre fue y es “políticamente fiel, sin ninguna confusión al PRI”. Recordaba, en reminiscencia de épocas de tlatoanis, que su confederación votó y eligió a Peña Nieto, porque él era el poseedor de “la verdad”. Así. Y lanzó la primera joya de lírica política usual en los ritos verticales del antiguo régimen del priismo:
“Al que le gustó, le gustó. Y al que no, se aguantó”.
Y luego otra:
“Algunos tenían su corazoncito que les latía, pero no fueron escuchados. La verdad”.
Se escuchaban risas en el auditorio. El Presidente se contenía, pero se le apreciaba divertido.
“El voto de la CTM nunca ha sido cuestionado ni por los que le buscan tres pies al gato” —seguía hilando el hombre.
Cerró magistralmente sus palabras dirigidas a quien, dijo, tiene “amor por la Presidencia”:
“Si estuvimos, estamos. Y si estamos, seguiremos estando. ¡Y ya!”
“¡Tesoro!”, elogiaron los cetemistas a su líder.
El Presidente tomó la palabra y agradeció el voto de la CTM, “voto importante” para llegar a la Presidencia”. Reconoció su aporte a “la paz social”, les exigió a los trabajadores mayor productividad, pero no sin antes devolver halagos a Gamboa, de quien alababa su “talento, capacidad y sensibilidad” como dirigente obrero.
“Compañeros cetemistas, gracias por hacerme sentir en casa”, concluyó el Presidente, y se dejaba saludar y palmear nuevamente por los suyos, los cetemistas del PRI que festejaban el fin de 12 años de abstinencia de poder presidencial ejercido por uno de los suyos.
Peña Nieto se dejó apapachar por cetemistas.
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