Casa de
descanso de Napoleón Gómez Urrutia (recuadro) en Tepoztlán, Morelos, valuada en
3 mdd
Cuando en
1918 nació un nuevo movimiento sindical mexicano con la fundación de la
Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), los líderes reunidos en el
legendario Congreso de Saltillo decidieron crear su organización a partir de un
solemne principio maniqueo: el reconocimiento a la existencia de dos clases, la
de los explotados y la de los explotadores; por tanto, la CROM recién parida
proclamó el derecho de la clase explotada a emprender la lucha de clases.
Entre los
delegados por la ciudad de México en Saltillo estaba Luis N. Morones, un
empleado de la Compañía Telefónica Mexicana que para entonces había emprendido
ya su personal lucha de clases para dejar de ser el explotado trabajador de una
empresa.
La carrera
del líder sindical subió como la espuma y en poco tiempo consiguió ser
dirigente de la CROM, diputado federal y secretario de Estado. A principio de
los años 20, su éxito sindical y político podía adivinarse a media cuadra
porque, además de gran poder, para entonces había ganado muchos kilos de peso
que envolvía con camisas y trajes cada vez más finos y de mayores tallas.
La lucha
sindical de Morones había conseguido sacar por lo menos a un mexicano de la
explotación: a él mismo, entonces dueño de residencias decoradas con lujo
oriental, vestido con finos casimires y enjoyado de una manera que no sólo dio
de qué hablar, sino de qué pintar.
En 1936, el
gordo Morones fue retratado por Pablo O’Higgins y Fernando Gamboa en La lucha
sindical: los trabajadores contra la guerra y el fascismo, un mural pintado en
la antigua sede de los Talleres Gráficos de la Nación. En la obra, que hoy
puede verse en un auditorio de la Facultad de Derecho de la UNAM, el líder
sindical luce sus famosos anillos de piedras preciosas, uno en cada dedo, y
junto a él hay un guardaespaldas que cuida con un puñal en mano que la lucha de
clases no amenace a su patrón.
Una casita
en el Pedregal
Desde Luis
N. Morones, la bonanza económica de los líderes sindicales mexicanos puede
apreciarse como en un catálogo. De la prudencia del longevo Fidel Velázquez,
que evitó mostrar su prosperidad ante varias generaciones de mexicanos durante
el siglo XX, al desenfrenado exhibicionismo de Elba Esther Gordillo, una
“fashion victim” en eternas compras compulsivas.
Pero
incluso al cauto líder histórico de la CTM hoy puede documentársele al menos
una mínima parte de un patrimonio difícilmente explicable dado su modesto
origen campesino y su prolongado empleo como líder obrero en un país con
pobreza ancestral. Por ejemplo, el fallecido líder cetemista vivía en una
bonita residencia en las Lomas de Chapultepec.
Las casas
lujosas siempre han sido una debilidad entre los más importantes líderes
sindicales mexicanos. Poseerlas son la señal indudable de haber llegado a la
cúspide del éxito y, de paso, son una excelente inversión.
El también
fallecido Leonardo La Güera Rodríguez Alcaine lo sabía, y por ello siguió los
pasos de Fidel Velázquez y se avecindó en otra colonia exclusiva, el Pedregal,
en una residencia que en su momento fue valuada en 2 millones de dólares,
además de poseer, por lo menos, un rancho en el Estado de México. Nada mal para
alguien que se identificaba como obrero, líder de modestos electricistas.
Las casas
de campo o junto a las playas son todo un capítulo del catálogo de caprichos de
los líderes sindicales, como la de 28 mil metros cuadrados que compró Napoleón
Gómez Urrutia, en Tepoztlán, Morelos.
Las vistas
aéreas de esta finca del ex líder de los mineros, hoy perseguido por la
justicia mexicana y refugiado en Canadá, permiten ver una amplia casa principal
rodeada de la vegetación exuberante de un área ecológica protegida en Morelos.
Pero esta casa de 3 millones de dólares sólo era para su descanso. Los
domicilios importantes de Gómez Urrutia los tenía en una amplia residencia
ubicada en el municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, y otra en las
Lomas de Chapultepec, en la Ciudad de México.
Las
espectaculares casas junto al mar que Elba Esther Gordillo posee en San Diego y
que en estos días se han documentado con detalle, hacen ver un poco más modesto
el edificio de cinco pisos donde el líder de los petroleros, Carlos Romero
Deschamps, tiene en Residencial del Mar, junto al bulevar Kukulkán, en Cancún.
A
diferencia de las residencias californianas de Gordillo, que superan los 4
millones de dólares, esta propiedad del líder de los petroleros sólo cuesta
alrededor de un millón 400 mil dólares, de acuerdo con el mercado inmobiliario.
Víctor
Flores Morales, el líder ferrocarrilero, ha demostrado más mesura, o quizá
menos poder adquisitivo, que Deschamps y Elba Esther. A él, por ejemplo, se le
ha documentado la posesión de un edificio de departamentos en Edison 165,
colonia San Rafael, con un valor de unos 5 millones de pesos.
Mi reino
por un Ferrari
Inmuebles
tan vastos ayudan, sin duda, a una necesidad urgente de estos líderes
sindicales: dónde poner sus colecciones de coches, atracar sus yates o guardar
sus caballos, por ejemplo. El difunto Rodríguez Alcaine lo sabía muy bien, por
eso su residencia del Pedregal poseía un buen estacionamiento para meter sus
apreciados Ford Lincoln, su Mercedes Benz y sus camionetas para el día a día.
A Romero Deschamps
estar cerca del mar le resulta práctico porque sólo es cosa de caminar unos
pasos desde su departamento para abordar El Indomable, un yate valuado en un
millón y medio de dólares del que es propietario, a pesar de que su sueldo como
obrero de la paraestatal Petróleos Mexicanos no rebasa los 25 mil pesos
mensuales.
A Martín
Esparza, líder electricista, su sueldo de poco más de 300 pesos diarios le ha
rendido también muy bien. Con ello ha podido criar caballos pura sangre en su
rancho hidalguense Los Encinos, según documentó el año pasado la diputada
panista Ivideliza Reyes. Los caballos o los coches son dos pasiones de estos
sindicalistas. Quien no puede esconder su buen gusto por los autos es, por
ejemplo, Joaquín Gamboa Pascoe, sucesor en la CTM de “La Güera” Rodríguez
Alcaine, quien tiene debilidad por los Mercedes Benz.
En 1988,
una reportera soltó metralla en contra de Gamboa Pascoe, líder de la Federación
de Trabajadores del Distrito Federal (FTDF):
—¿No
considera un insulto que un líder obrero llegue a la CTM en autos de lujo?
—¡Qué le
pasa! –encaró el dirigente–. ¿Que porque los trabajadores están jodidos, yo
también debo estarlo?
No volvió a
dar una entrevista de prensa. Ni el propio don Fidel lo convenció de que limara
asperezas con los periodistas, quienes también le dieron la espalda.
“A mí nunca
me verán con huaraches”, acuñó entonces.
Y hay quien
trata de inculcar este buen gusto a las nuevas generaciones, es el caso del
petrolero Carlos Romero Deschamps, que no hace mucho regaló a su hijo José
Carlos un exclusivo Ferrari Enzo de edición limitada, cuyo precio supera los 2
millones de dólares.
Deschamps,
a quien se le ha visto portando relojes tipo Audemars Piguet, que valen entre
50 y 200 mil dólares, ha fomentado este tipo de lujos entre sus hijos. Y
Paulina Deschamps lo ha compartido con todo mundo a través de Facebook. En la
red social ella exhibió en 2012 su pasión por las bolsas Birkin, de Hermès, de
12 mil dólares, o las Louis Vuitton Lockit PM Suhali, de más de 4 mil dólares; además
de sus aventuras vacacionales en yates o aviones privados.
Salir a
divertirse ha sido otra debilidad de los líderes sindicales, y si es a Las
Vegas, mejor. Joaquín Hernández Galicia La Quina, y Salvador Barragán Camacho,
ex líderes petroleros, lo sabían muy bien. En Las Vegas los problemas quedaban
atrás y el dinero parecía como agua entre las manos. Por eso no era raro que,
en una sola noche perdieran hasta un millón de dólares en el casino de un
hotel, según se supo cuando La Quina y Barragán cayeron en desgracia.
Pero
compartir tanta abundancia ha sido también una característica de algunos
sindicalistas. Elba Esther Gordillo quiso regalar a sus compañeros del SNTE 59
camionetas Hummer, que en conjunto costaron 22 millones de pesos, y fue muy
criticada.
Lo mismo que
el líder de los ferrocarrileros Víctor Flores, quien en 2007 decidió regalar a
diputadas federales aretes Cartier de diamantes y esmeraldas y las críticas le
llovieron. A él es frecuente verlo con su reloj de bolsillo que cuelga de una
larga cadena de oro y en autos costosos.
Y es que la
lucha de clases es tan compleja como el dicho del cohetero: si truena duro, te
chiflan, y si no truena, también.
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