Por : Gilberto LAVENANT
Todo mundo sabe, que la situación socioeconómica que afrontan la mayoría de los mexicanos, es casi caótica. No hay trabajo para todos, el que se tiene, no es bien remunerado, los recursos que se perciben, son insuficientes, el costo de la vida cada día se incrementa. Las perspectivas no son nada halagadoras.
En la época de los años 50´s o 60´s, hasta los trabajadores de salario mínimo, vivían más o menos bien. Los profesores, eran estrictos y la mayoría desempeñaba el servicio docente, casi como un apostolado. Es más, muchos de ellos, tenían doble plaza y se daban el lujo de viajar en período de vacaciones, renovar auto y hacer muchas otras cosas.
Hoy, dos plazas, o dos empleos, ya son insuficientes para cubrir las necesidades más elementales de una familia. Los profesores, además de la doble plaza, hacen rifas, “cundinas”, venden productos vitanímicos, ropa y lo que pueden, para salir adelante y cubrir sus compromisos.
Sin embargo, pareciera que los profesores de hoy, no son como los de antes. Aquellos que utilizaban una disciplina rígida, a base de reglazos, jalones de orejas, y otros castigos que hasta los padres de familia avalaban e incluso los secundaban, cuando los niños y jóvenes inquietos regresaban a casa.
Los tiempos han cambiado. Al menos en México, la educación está en crisis. Sin tratar de pecar de pesimistas, pareciera que todo anda mal. Los profesores, los estudiantes, los padres de familia, las autoridades educativas, los planes educativos.
Hoy, el comportamiento de los estudiantes, desde jardín de niños, hasta universidad, es sumamente relajado. No saben, ni respetan, las reglas más elementales sobre disciplina escolar. En sus familias, ya no los educan, los maleducan. Son rebeldes, apáticos, flojos.
Los profesores, cambiaron su perfil. Ya no son formadores o educadores, ahora son simples cuidadores. Y ni para qué quejarse con los padres, por la pésima conducta de sus hijos, si son ellos los primeros en quejarse lastimosamente, porque no pueden controlarlos.
Sin embargo, en muchos casos, las plazas de docentes, son ocupadas por personas sin preparación alguna. Sus perfiles, en el caso de los que los tienen, no son afines a la educación. Hay muchos simuladores, profesionistas “disel”, que se ostentan como tales, sin haber cursado estudios superiores. De estos, hay miles, a nivel nacional.
Las autoridades educativas, se desempeñan más bien como usufructuarios de una concesión o franquicia. Operan los planteles educativos como si fuesen de su propiedad. Solamente ellos saben cuánto y qué ingresa y cómo y en qué lo gastan. La mayoría de las veces, utilizan los recursos públicos, para fines personales. Viajar constantemente, con cualquier pretexto. Adquirir auto del año o de modelo reciente. No lo requieren para que el plantel funcione, pero para ellos es una prioridad.
Los jefes de ellos, los responsables del buen funcionamiento de los planteles educativos, se preocupan más por recolectar aportaciones, para otorgar regalos o atenciones especiales a los funcionarios de primer nivel. Para que nada cuestionen y hagan como que todo está bien.
En un país sin empleos suficientes, y los que hay son con salarios mínimos o ínfimos, desalientan a los jóvenes a prepararse, a capacitarse, a superarse por la vía de la educación, si eso no les garantiza mejores condiciones de vida. Mejores que las deprimentes condiciones en que viven y se desarrollan toda su vida.
Hijos de padres mal capacitados, de bajo nivel cultural, de casi nula preparación, agobiados por extenuantes jornadas laborales y exiguos salarios, que iniciaron su vida sexual siendo casi unos niños, son incapaces de formar e inducir a sus descendientes por buenos caminos.
Estos son los círculos vicios en que se desarrollan muchos mexicanos y que han ocasionado una educación con tan bajos niveles, una educación en crisis.
De paso, el gobierno federal, a “rajatabla” establece una reforma educativa, que supuestamente cambiará todo, cuando que en realidad está resultando contraproducente. Una reforma que no está etiquetada para afectar a los profesores que cumplen como docentes, sino a los simuladores que cobran como tales, sin estar capacitados para ello, sin devengar los sueldos que perciben.
El meollo del asunto, es que la llamada reforma educativa establece la obligación de evaluar a todos y cada uno de los docentes, bajo la amenaza de cese, en caso de que reprueben. La medida es drástica, si es cierto, pero necesaria, para poder detectar y expulsar a los vividores o vivales, a los zánganos que cobran sin trabajar, a los que se desempeñan como simples comisionados sindicales, que no aportan nada a la educación.
Claro, los que sienten que sus días como “aviadores” de la educación, están contados, se resisten a ser evaluados, porque saben que seguramente serán puestos “de patitas en la calle”. Por ello gritan, patalean y salen a las calles a manifestarse.
Lamentablemente, muchos que realmente sí son docentes, les siguen la onda y les hacen “el caldo gordo”. Algunos de ellos, no tanto por temor a reprobar algún exámen, sino para externar sus corajes y frustraciones, sus corajes contra malos gobernantes y otros incluso sirviendo a intereses partidistas.
La cuestión es que, entre ellos, se atrincheran los simuladores y los políticos a ultranza. Los que buscan obligar al gobierno de Peña Nieto a que dé marcha atrás en sus pretensiones, lo que se percibe casi imposible. Si ya se dió el primer paso, que se aplique el rasero. Los verdaderos profesores, no tienen riesgo alguno.
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